Cualquiera que se dé hoy un paseo por la tele se dará cuenta de que a los programas de cutre-corazón, que habían invadido la pantalla, les quedan tres telediarios. La caída del tomate fue un primer aviso. Los otros programas de este tipo no han caído todavía, pero joder como degeneran…Y eso que pensábamos que ya no se podía caer más bajo.
Ahora lo que impera es la fama. Queremos ser famosos y nos importa un bledo a qué precio. Así que la pantalla se ha llenado de programas que ofrecen futuros brillantes. El concursante pasa a ser aspirante: a famoso, a TV star, a hombre orquesta mediático, bailarín; lo que sea con tal de que sea en pantalla. Estos programas son de dos clases: primero los que se basan en el aprendizaje y que empiezan explotando el gran negocio del casting, que casi sufraga la producción entera. Se pasa luego a la fase académica, donde chicos y chicas guais viven de forma intensa. Todos revueltos, con muy buen rollito, mucho contacto físico, abrazos, besos, lloros, confidencias, algún que otro revolcón… Es que dan hasta envidia los cabrones. Luego llega una profesora tía buena y los pone a todos a bailar y eso motiva un montón porque ¿quién se resiste a los encantos de una profe tía buena? Pues precisamente los que acuden a los otros programas, los que sin academia, ni rollito guay, ni contacto físico, ni buenorra que les ladre, se presentan en un escenario de tres al cuarto a demostrar lo que saben hacer. El tema puede oscilar entre imitar a una gallina, tocar el acordeón, o comerse veinte huevos duros de una sentada. La característica principal de todos estos concursantes es que no conocen el ridículo y si lo conocen, no le saludan. La fama cuesta y hay que pagarla. Aunque nadie pueda asegurar que el pago implique adquisición.
Ahora lo que impera es la fama. Queremos ser famosos y nos importa un bledo a qué precio. Así que la pantalla se ha llenado de programas que ofrecen futuros brillantes. El concursante pasa a ser aspirante: a famoso, a TV star, a hombre orquesta mediático, bailarín; lo que sea con tal de que sea en pantalla. Estos programas son de dos clases: primero los que se basan en el aprendizaje y que empiezan explotando el gran negocio del casting, que casi sufraga la producción entera. Se pasa luego a la fase académica, donde chicos y chicas guais viven de forma intensa. Todos revueltos, con muy buen rollito, mucho contacto físico, abrazos, besos, lloros, confidencias, algún que otro revolcón… Es que dan hasta envidia los cabrones. Luego llega una profesora tía buena y los pone a todos a bailar y eso motiva un montón porque ¿quién se resiste a los encantos de una profe tía buena? Pues precisamente los que acuden a los otros programas, los que sin academia, ni rollito guay, ni contacto físico, ni buenorra que les ladre, se presentan en un escenario de tres al cuarto a demostrar lo que saben hacer. El tema puede oscilar entre imitar a una gallina, tocar el acordeón, o comerse veinte huevos duros de una sentada. La característica principal de todos estos concursantes es que no conocen el ridículo y si lo conocen, no le saludan. La fama cuesta y hay que pagarla. Aunque nadie pueda asegurar que el pago implique adquisición.
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