jueves, 3 de abril de 2008

VIVIR PARA SERVIR: PERITO MORENO, EXPLORADOR Y HUMANISTA



El galope de un caballo rompe el silencio de la noche. Dos hombres cabalgan sobre él y agarrado a la cola, sentado en un poncho para borrar del suelo las huellas de la fuga, viaja Francisco Moreno. Atrás quedan las tolderías del cacique indio patagónico Sayhueque, donde el hechicero de la tribu había querido arrancar el corazón de Moreno. La única posibilidad de salir con vida del poblado era la huída.

Aventuras como ésta fueron casi una constante en la vida de Francisco Parcacio Moreno. Nació en Buenos Aires en 1852, en el seno de una familia acomodada. Los viajes de Marco Polo, las aventuras de Simbad el marino y las expediciones de Franklin y Livingstone fueron las lecturas de su infancia. Desde niño soñó con ser explorador y descubridor de nuevos territorios. Francisco Moreno dedicó su vida al conocimiento natural y geográfico de la Patagonia. Hoy en día, hablar del Perito Moreno es hablar de uno de los hombres más grandes que viera nacer la Argentina.

La vocación de Moreno por la vida natural fue clara desde su niñez. A los quince años poseía una estupenda colección de fósiles, restos óseos y otras muestras del pasado. No es de extrañar que con el tiempo, Patagonia se convirtiera en su obsesión. Una basta extensión de tierra todavía desconocida a pesar de las incursiones realizadas por exploradores y científicos como Charles Darwin o Fitz Roy. Terrenos de espesos bosques y altas montañas andinas que hacen desembocar sus glaciares en inmensos lagos. Sólo los indios de las toserías habitaban en esos lugares.

A los veintiún años de edad, Moreno organiza el primero de sus viajes a la Patagonia. Este viaje sería el inicio de una intensa carrera de explorador que le llevaría a realizar otros cinco viajes más. Siempre con la intención y el espíritu de servir a su país. Soñaba con una Patagonia de ríos navegables y puertos de mar transitados, una Patagonia que aportara sus riquezas al resto del País. Fue consciente en ese viaje del problema territorial con Chile. Mientras que los argentinos a penas conocían sus territorios en el sur, los chilenos llevaban tiempo explorando la región andina y estableciendo poblaciones en el sur del continente.

Precisamente, uno de sus mayores logros, además de formar el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, fue actuar como mediador en el citado conflicto fronterizo. La idea de los chilenos era marcar límites territoriales a partir del curso de los ríos que corrían cercanos a los dos países. Eso hacía perder a la Argentina muchos territorios en las cumbres. El gobierno argentino pidió su colaboración en este asunto. En principio Moreno no aceptó el encargo, creyéndose menos preparado que aquellos con quienes había de negociar. Sin embargo todos sabían que nadie en el país conocía el territorio austral como él. Tras mucha insistencia por parte del gobierno, decidió aceptar el encargo. Fue en ese momento cuando el Estado Argentino decidió otorgarle el título de Perito, que ya le marcaría para siempre. Moreno viajó a Roma y a Londres defendiendo sus posiciones como diplomático argentino. Explicó a la Comunidad Internacional que los ríos eran susceptibles de ser manipulados por la mano del hombre. No así las cimas de las montañas. Consiguió imponer sus planteamientos y a él debe Argentina su actual configuración demográfica. En reconocimiento a sus actos, el Estado le ofreció una donación de tierras en la zona del país que él prefiriera. Eligió un territorio en el lago Nahuel Huapi, lugar paradisíaco, rodeado de montanas andinas, al que llegó por primera vez en 1875 y donde, años más tarde, fue secuestrado por los indios de los que escapó en emocionante fuga. Una vez que esas tierras estuvieron a su nombre, las donó al Estado con una única condición: que se creara en ellas el primer parque nacional argentino.

Moreno se convirtió en una eminencia en el conocimiento de la Patagonia. Inauguró caminos, dio nombre a los montes, ríos y glaciares. Se especializó en paleontología, antropología, geografía, geología y todo aquello que tuviera relación con el estudio de la vida natural. El mismo se definía como un hombre orquesta que en lugar de tocar instrumentos tocaba los palos de las ciencias naturales.

A pesar de todo esto, Francisco Moreno murió pobre. Nunca aceptó dinero como pago de los gastos de sus viajes, donó todas sus colecciones al museo de la plata y al Estado las tierras del Nahuel Huapi. Antes de su muerte dejó escrito: “Yo, que he dado a mi país más de ochocientas leguas y el parque nacional Nahuel Huapi, no dejo a mis hijos ni un metro de tierra donde sepultar mis cenizas”. Veinticinco años después de su muerte y por petición de la Dirección de Parques Nacionales, sus restos fueron trasladados a la Isla Centinela, en el brazo Blest del lago Nahuel Huapi. Hoy, los barcos de turistas que navegan la zona, hacen sonar tres salvas en su honor cuando pasan junto al mausoleo. No hay ciudad ni pueblo en la Patagonia que no recuerde la figura del Perito Moreno, ya sea con una biblioteca, una calle o un plaza; cuando no todo a la vez. Para la mayoría de los turistas, el Perito Moreno no es sino el famoso glaciar que saca la lengua en el lago Argentino. Es curioso, pero ese glaciar es el único del lago que no fue descubierto por él sino por las personas que tras su muerte continuaron con sus expediciones. Estos desearon bautizarlo en su honor.


Para la revista Punto y Coma

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