martes, 14 de noviembre de 2006

EL PLANETA DE LOS PREMIOS Y EL PECULIO

Alvaro Pombo, que a pesar de su edad no fue retratado por Gutiérrez Solana en aquella tertulia, recibe ahora un Planeta que es como si le hubieran pintado para la eternidad, allí junto a Gómez de la Serna y otros artistas con rostros de sepelio. Desde la casa Anagrama veía Pombo como el premio se olvidaba de él año tras año. Veía cómo premiaban a Janer, a Etxeberría o a Freire, consciente de que él les saca a todas al menos veinte años y veía también cómo los últimos premiados de su quinta, Skarmeta y Bryce Echenique, llegaban del otro lado del charco. Y es que hubo un tiempo en que era normal que los escritores consagrados ganaran un Planeta, presunciones de plagios a parte. Mirando alrededor veíamos a un Pombo anciano y sin galardón. Umbral, algo más viejo, se contenta con el Príncipe de Asturias, que premia una carrera y no una sola obra, que prima el prestigio más que el dinero y que no es una estrategia de venta. Poco después de que Pombo haya bebido las mieles del éxito en un hotel de la Ciudad Condal, Paul Auster, maduro pero no anciano, se prepara para un Príncipe de Asturias en Vetusta, en la otra orilla de su Ciudad de Cristal roto y define la escritura como una necesidad biológica. Cuando se gana un Planeta se estrecha la mano a un señor gordo, como una bola del mundo, que tiene en su bolsillo una cantidad indecente de dinero y en el mercado un gran canal de distribución. Cuando se gana un Príncipe de Asturias se le da una mano al mismísimo Felipe, que es Príncipe de allí, mientras con la otra se tapa uno el oído para defenderse del chirrido de las gaitas que suena igual que los textos de algunos Planetas. Y mientras tanto la Academia, la sagrada Academia de Noruega, aquella que en su día premió a Cela, parece querer convencernos de que paz y dinero van siempre unidos, que todos sabemos que no es del todo cierto. Es de admirar que alguien como Muhammad Yunus, que en su día pisó Oviedo en pos de la concordia, contribuya a aliviar desde el banco de los pobres las carencias de los más necesitados. Yunus merece un Nóbel igual que el ser humano merece la dignidad que su banco aporta pero otorgarle el de la paz quizás no sea sino intentar cambiar la naturaleza del vil metal y seguir mostrándolo como objetivo prioritario, bálsamo de todo mal; con la cantidad de guerras y problemas que el dinero trae. Otorgarle el de economía sería premiar la falta de usura en el sistema bancario y eso, por mucho que lo promulgara la Academia, no lo permitiría el neoliberalismo. Puede ser que la Academia no supiera en qué categoría meter a Yunus y optara por la de la paz. En literatura no cabía, aunque hacer un banco para pobres y que funcione suene a ciencia ficción.

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