jueves, 19 de febrero de 2009

NI CONTIGO NI SIN TI

Es posible vivir sin televisión. Doy fe de ello. La mía se rompió allá por el mes de septiembre. De repente, dejó de funcionar. No es que la tuviera todo el día puesta y por eso se fundiera. Pero tampoco sé por qué fue. Al principio no le di demasiada importancia; luego empecé a darme cuenta de que no la echaba de menos; al final decidí que pasaba de llevarla a arreglar. Mucho más de comprar una nueva. Sí, ya sé que ahora hay unas que son de plasma y otras de LCD que se ven que te cagas. Pero paso. No tener programación en casa tiene sus ventajas: no pierdes tiempo viendo chorradas, ni soñando con todas las cosas que te puedes comprar, ni esperando a que algún programa “milagro” solucione todos tus problemas económicos, sexuales, de salud y familiares, por ese orden. También tiene sus cosas negativas, no creáis. Como que no te enteras de nada: que Israel masacra a Palestina, tú ni puta idea; que el Obama congrega a una multitud para ver su investidura, tú que quién es el Obama. Al final tus colegas ya no saben de qué hablarte. La que sí que sabe es tu novia que aprovechando que no hay tele no para de rajar. Lo más triste es sentarse a cenar frente a una caja negra, que no dice nada, que no enseña más que un vacío que a veces es espejo. Y ahí te ves con tus miserias, como si se tratara de la mismísima programación.

Para la Revista 943

Imagen Getty Images

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