El tema de las bodas siempre ha estado muy relacionado con el de las escapadas y el salir a ver mundo. Si antiguamente los hombres salían de casa para ir al cuartel, las mujeres lo hacían al casarse. La milicia era un paso necesario para poder dar el siguiente: matrimonio. Entonces ellas lograban salir del hogar familiar bien para crear el suyo propio, bien para acoplarse en el de la suegra, que era similar a hacer la mili. Una vez desposados, los que podían, se daban el placer de un viajecito. Nada de excentricidades como cruzar el charco o visitar los Mares del Sur. Se optaba por los destinos de cercanía, Madrid, Barcelona y otras ciudades cercanas. Por otro lado, las escapadas conjuntas no podían realizarse sin el consabido libro de familia, con lo que el casamiento era requisito imprescindible para dormir la pareja fuera de casa. La institución del matrimonio, por tanto, regulaba las relaciones sexuales.
Hoy, en tiempos del amor libre y de las opciones sexuales, las bodas se encuentran en auge. La gente se casa porque comparte y porque quiere celebrar amores que unas veces terminan bien y otras no tanto. Atrás ha quedado el control del sexo. La boda tiene, además, ese componente del momento único, del día especial, hecho a la medida, en el que los conyugues son los protagonistas indiscutibles; el placer supremo. Hay grandes dosis de hedonismo en ellas: vestidos, flores, peinados, viandas, viaje y en general un montón de cosas efímeras y secundarias que a penas si perduran en las fotografías o en el reportaje de video. Lo que se desea duradero, el amor, es intangible y abstracto: alguien dijo las cosas más importantes de la vida son las que no se ven. No obstante, la finalidad, en última estancia, parece estar en la regulación de todo por lo que pueda pasar.
El placer supremo e individual que representa la boda es extensible a antes y después del evento. Primero con las conocidas despedidas de soltero/a, auténticas escapadas. Más tarde, una vez convidados familiares y amigos, con una escapada a lo grande. Madrid o Barcelona ya no llaman la atención sino de aquellos novios que llegan de ultramar, aquellos que viven donde nosotros queremos ir. Y es que en el caso de las celebraciones institucionalizadas todo ha subido un grado. Los bautizos son hoy como antes eran las comuniones, éstas emulan a las bodas (las hay hasta con lista de regalos en establecimientos especializados) que ávidas de encontrar un grado que superar buscan paralelismo con las grandes fiestas de Hollywood o con las de la corte de Sisí emperatriz. Un día es un día. No es de extrañar que la industria casamentera haya evolucionado de la manera que lo ha hecho.
La pregunta parece obvia: ¿Dónde está el techo? El techo lo marca el mercado y el deseo de cada cual. El mercado continua innovando y las bodas, por mucho que en otro tiempo parecieran anacrónicas, seguirán su curso ascendente. Su materia prima es inacabable, consustancial al ser humano. Igual que escapar, perderse, conocer nuevos lugares y vivir nuevas experiencias.
Para la revista Stylo